El “efecto confinamiento” ocasionado por la pandemia COVID-19, basado esencialmente en las restricciones de libre circulación y de actividades no esenciales nos ha dejado tras su paso ciudades con menos ruido, bajos niveles de partículas contaminantes, reducciones del 58% de dióxido de nitrógeno (NO2) en la atmósfera y… ¡Mayor biodiversidad urbana!
Las restricciones de movilidad, junto con la menor presión de gestión y mantenimiento ejercida sobre los espacios verdes urbanos y periurbanos y una primavera húmeda ha favorecido la presencia de vegetación silvestre en nuestras ciudades, principalmente en forma de praderas naturales sobre solares y descampados, alcorques o incluso en parques y jardines. Sin embargo, ¿Cuánto sabemos sobre esta vegetación silvestre, comúnmente y mal llamada “malas hierbas”? ¿Qué beneficios aportan al ser humano? ¿Es posible un modelo diferente de gestión de los espacios verdes urbanos y periurbanos?
La disponibilidad de espacios “asilvestrados” con presencia de especies vegetales autóctonas en zonas urbanas resulta esencial para frenar la pérdida de biodiversidad asociada principalmente a la alteración, fragmentación y destrucción de hábitats naturales a causa de la expansión de las ciudades. Además, de esta manera se contribuye a reforzar los servicios ecosistémicos que estos espacios aportan al bienestar humano, desde los más básicos como son los servicios de abastecimiento (materias primas, producción de alimentos…) o culturales (actividades recreativas, educación ambiental, conocimiento científico) hasta servicios de regulación, esenciales para nuestra supervivencia (regulación climática (mitigación del efecto isla de calor), calidad del aire y del agua, polinización, control biológico…), consolidado así su papel como infraestructura verde y mejorando la resiliencia, salud y sostenibilidad de nuestras ciudades.
Figura 1. Preservación de vegetación crecida de forma natural durante el confinamiento en la ciudad de Valencia. Fuente: Noticias CV
Con el objetivo de reflexionar acerca de estas cuestiones, ACA mediante el hashtag #DesescaladaEntreFlores ha pretendido acercar a la ciudadanía un trocito de esa gran biodiversidad florística que hemos podido disfrutar durante los paseos en las primeras fases de la desescalada a través de la red social Twitter.
De esta manera se ha podido poner en valor el papel que juegan las praderas silvestres en entornos urbanos en procesos ecológicos tan importantes como la polinización (el 75% de los cultivos del mundo dependen de ella), mostrando ejemplos de especies tan comunes en nuestro entorno como la Viborera (Echium vulgare) o la Candileja (Thapsia villosa) u otras algo más desconocidas como las orquídeas silvestres con la representación del género Ophrys (abejeras).
Además, nos hemos podido introducir en el maravilloso mundo de la etnobotánica, es decir, en las relaciones entre el ser humano y la vegetación en forma de usos y aprovechamientos tradicionales, desde usos medicinales como la obtención de principios activos de muchos medicamentos utilizados habitualmente, con la Amapola real (Papaver somniferum) como ejemplo, hasta usos industriales para teñir tejidos.
Figura 2. 1) Orquídea del género Ophrys 2) Helianthemun almeriense 3) Orquídea del género Ophrys 4) Thapsia villosa 5) Echium vulgare 6) Echium asperrimum 7) Carduus tenuiflorus 8) Papaver somniferum
¿Qué podemos hacer?
Proponer un cambio de modelo de gestión de espacios verdes urbanos y periurbanos. Modificar la época de siega o incluso hacerlo sólo en zonas concretas podría contribuir a mantener praderas con vegetación silvestre durante más tiempo, permitiendo completar su ciclo vital y favoreciendo la presencia de fauna y flora autóctona. Además de los beneficios ocasionados sobre la biodiversidad, existen muchos otros como la reducción de la necesidad de agua, pesticidas, abonos y por supuesto o la reducción del gasto energético que conlleva la propia gestión de la que puede beneficiarse el conjunto de la sociedad.
Figura 3. Pradera natural en el interior de un parque urbano.